viernes, 24 de noviembre de 2017

Y a veces bailando, he sentido que te quiero



Últimamente he pensado en lo mucho que me gusta bailar. Empecé despreciando el baile y terminé haciéndolo parte de mi estilo de vida. Respiro salsa. Sueño rítmicamente. Alguna persona dirá que me gusta el baile porque lleva mi ego hasta la estratosfera, y puede que tenga razón. Justo hace una semana, una persona me dijo que yo soy un arrogante y que sólo me gusta exhibirme, que hacía de mi baile un acto de muestra de poder; y lo peor (o lo mejor) es que puede que sea cierto. 

Me considero un loco del ritmo, en parte porque soy músico y en parte porque soy un poco loco (como todo el mundo). Siempre quiero aprender más, hacer más, volverme más loco con la música. Y desde hace poco tiempo, he empezado a divertirme con todo tipo de bailes salseros: sincronizados, estéticos, alocados, arrítmicos, caóticos, vivos. Ahora siento que lo más importante es disfrutar, que no importa el nivel de perfección del baile, sino el nivel de honestidad en la sonrisa. 

Me gusta ver sonreír a mi pareja de baile, saber que se divierte, saber que respira música, que siente lo que siento, porque puedo llegar a experimentar un cariño intenso por ese baile bonito, lleno de sinceridad y de alegría, que me brinda esa persona que me toma de las manos y me mira con sus ojos de estrella, repletos de deseos, hambrientos de vínculos trascendentales. Por eso, hay momentos en que bailo y disfruto de tal manera, que no puedo evitar sentir amor por aquella persona que me da parte de su felicidad.

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